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Eclipse lunar y embarazo: entre leyendas, miedos, fascinación y verdad.

  • Foto del escritor: Mater Clinic
    Mater Clinic
  • 5 sept
  • 6 Min. de lectura
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La noche entre el 7 y el 8 de septiembre, el cielo nos regalará un espectáculo tan antiguo como la humanidad misma: un eclipse lunar. Mientras los astrónomos preparan los telescopios y los apasionados de los fenómenos celestes se disponen a mirar hacia lo alto, en muchos hogares todavía hoy se susurran las mismas recomendaciones que las abuelas transmitían a sus hijas: «Si estás embarazada, no mires la luna que desaparece». Es un llamado que atraviesa continentes y culturas, un hilo rojo que une tradiciones aparentemente lejanas, pero unidas por una preocupación ancestral: proteger la vida que crece en el vientre materno de los misteriosos influjos cósmicos.


Los mitos que atraviesan continentes.


Como un hilo conductor invisible, la preocupación por las mujeres embarazadas durante los eclipses lunares se encuentra en culturas lejísimas entre sí, cada una con sus peculiares soluciones protectoras. Empecemos nuestro viaje al otro lado del océano.


La cinta roja de América Latina.


En gran parte de América Latina, desde las costas mexicanas hasta los Andes peruanos, persiste una tradición que hunde sus raíces en las civilizaciones precolombinas. Se invita a las mujeres embarazadas a llevar una cinta o una faja roja alrededor del vientre durante el eclipse lunar. Este amuleto, según la creencia popular, funcionaría como un escudo protector contra las influencias negativas del evento celeste. El rojo, color de la sangre y de la vida, se considera particularmente poderoso para repeler las energías maléficas que se liberarían cuando la luna “muere” temporalmente en el cielo.


La tradición cuenta que sin esta protección el bebé podría nacer con manchas oscuras en la piel, llamadas manchas de eclipse o besos de luna. Estas creencias se han transmitido de generación en generación, mezclándose con las prácticas de la medicina popular y resistiendo incluso a la urbanización y a la modernización de las sociedades latinoamericanas.


Los tabúes indios: cuchillos y tijeras.


Viajando hacia oriente, en el subcontinente indio encontramos un enfoque completamente distinto pero igualmente arraigado en la tradición. Aquí las prescripciones para las mujeres embarazadas durante un eclipse lunar son particularmente detalladas y estrictas. La tradición ayurvédica y las creencias populares se entrelazan en un complejo sistema de prohibiciones que gobierna cada aspecto de la vida cotidiana durante el fenómeno astronómico.


El tabú más extendido se refiere al uso de objetos cortantes: cuchillos, tijeras, navajas e incluso agujas de coser deben evitarse cuidadosamente. Se cree que cualquier corte efectuado durante el eclipse podría reflejarse en el cuerpo del bebé, causando malformaciones o cicatrices. Algunas variantes extienden la prohibición al corte de cabello y uñas, mientras que otras prescriben no consumir alimentos durante todo el período del eclipse.


Además, se anima a las gestantes a recitar mantras protectores y a llevar consigo objetos bendecidos. En muchas familias tradicionales, las mujeres embarazadas pasan toda la duración del eclipse en oración, rodeadas de parientes mayores que velan por ellas con cantos e invocaciones.


El silencio mediterráneo.


Acercándonos a nuestra tierra, en la Europa mediterránea descubrimos que tampoco nuestras latitudes son inmunes a estas preocupaciones ancestrales. Desde Grecia hasta el sur de Italia, desde España hasta Portugal, la tradición adquiere tonos más sobrios pero no menos categóricos. Aquí el consejo principal es no salir de casa durante el eclipse lunar, especialmente si se está embarazada. Las ventanas suelen cerrarse y las cortinas correrse, como si se tratara de protegerse de una tormenta invisible.


Esta precaución hunde sus raíces en antiguas creencias que asocian el eclipse con momentos de particular vulnerabilidad cósmica.


La luna, considerada protectora de la feminidad y de la maternidad, resulta temporalmente “herida” o “enferma”, y su sufrimiento podría contagiar a las mujeres que llevan una nueva vida en su interior. El refugio doméstico se convierte así en un caparazón protector, un lugar sagrado donde esperar a que se restablezca el orden natural.


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El antiguo miedo al devoramiento.


Pero para comprender realmente el origen de todas estas creencias, debemos dar un salto aún más atrás en el tiempo. Las civilizaciones antiguas de todo el mundo interpretaron el eclipse lunar como un momento de gran peligro cósmico. Babilonios, mayas, incas, egipcios: todos estos pueblos veían en el oscurecimiento de la luna la acción de fuerzas malignas que literalmente “devoraban” al astro nocturno. Para las mujeres embarazadas, esta metáfora del devoramiento adquiría connotaciones especialmente siniestras.


Se creía que esas mismas fuerzas oscuras que atacaban a la luna podían volverse contra el niño en el vientre materno, alimentándose de él o marcándolo con su presencia malévola. Los rituales de protección incluían a menudo el uso de amuletos, la recitación de fórmulas mágicas y, en algunos casos, sacrificios propiciatorios para aplacar a las entidades responsables del eclipse.


Las raíces psicológicas de las creencias.


Tras recorrer continentes y siglos en busca de estos mitos, surge una pregunta espontánea: ¿por qué estas creencias han echado raíces tan profundamente en el imaginario colectivo? La respuesta se encuentra en la intersección de factores biológicos, psicológicos y culturales que siempre han caracterizado la relación de la humanidad con los fenómenos celestes.


La luna siempre ha ejercido una fascinación particular sobre las culturas humanas, y su vínculo simbólico con los ciclos femeninos es universalmente reconocido. El ciclo menstrual, con su duración de unos 28 días, refleja casi a la perfección las fases lunares, creando una asociación natural entre el astro y la fertilidad femenina. No es casualidad que en muchas lenguas la palabra “mes” derive de la misma raíz que “luna”.


Cuando este astro tan íntimamente conectado con la feminidad sufre un eclipse, el evento se percibe como una amenaza directa al equilibrio reproductivo. El miedo ancestral a lo desconocido se combina con el instinto protector materno, generando rituales y creencias destinados a restablecer un sentido de control sobre fuerzas que parecen incomprensibles y potencialmente peligrosas.


Los eventos cósmicos, además, siempre han representado para la humanidad momentos de ruptura del orden natural, presagios de cambios o desgracias. En una época en la que la mortalidad infantil era altísima y el embarazo conllevaba enormes riesgos, cualquier elemento de incertidumbre adicional era percibido como una amenaza a neutralizar mediante prácticas protectoras.


Lo que dice la ciencia moderna.


Sin embargo, más allá del encanto de estas antiguas tradiciones, es importante enfrentarse con lo que la investigación científica moderna nos dice sobre el tema. Desde el punto de vista científico, no existe ninguna evidencia de que un eclipse lunar pueda influir de algún modo en el desarrollo fetal o en la salud de una mujer embarazada. El eclipse es simplemente el resultado del paso de la Tierra entre el Sol y la Luna, que proyecta su sombra sobre el astro nocturno. Se trata de un fenómeno puramente óptico y gravitacional que no implica ningún cambio en las condiciones físicas de nuestro planeta.


Las radiaciones solares no sufren modificaciones durante un eclipse lunar, ni se producen alteraciones significativas en el campo gravitacional terrestre. La luna continúa ejerciendo su influencia normal sobre las mareas y los ciclos biológicos, sin que la sombra terrestre altere de ninguna manera estos efectos.


Los estudios realizados sobre miles de embarazos en todo el mundo nunca han encontrado correlaciones estadísticamente significativas entre los eclipses lunares y complicaciones gestacionales, malformaciones fetales o partos prematuros. Las variaciones en las tasas de natalidad durante los eclipses entran perfectamente dentro de la fluctuación estadística normal y no pueden atribuirse al fenómeno astronómico.


Incluso las supuestas “manchas de eclipse” en los recién nacidos tienen una explicación médica mucho más prosaica: se trata de manchas cutáneas benignas normales, como los nevos o los antojos, que se forman durante el desarrollo embrionario por motivos genéticos completamente independientes de los fenómenos celestes.


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Un puente entre pasado y presente.


¿Y entonces? ¿Qué sentido tiene hoy hablar de estas creencias que la ciencia ha desmentido claramente? Mientras la ciencia nos tranquiliza sobre la inocuidad de los eclipses lunares para las gestantes, hay algo profundamente humano y conmovedor en estas antiguas creencias. Representan el intento milenario de la humanidad de dar un sentido a los misterios del cosmos y de proteger lo más preciado: la continuidad de la especie.


Recordar y relatar estos mitos no significa necesariamente creer en ellos, sino más bien reconocer la riqueza del patrimonio cultural que nos dejaron nuestros antepasados. Cada creencia, cada ritual, cada superstición es una ventana abierta a la mentalidad y a los valores de las generaciones que nos precedieron.


En una época de conquistas espaciales y de medicina avanzada, mantener viva la memoria de estas tradiciones significa también preservar esa dimensión de maravilla y misterio que hace más rica y compleja la experiencia humana. Los eclipses seguirán encantando a grandes y pequeños, a astrofísicos y poetas, a escépticos y soñadores.


Cuando la noche entre el 7 y el 8 de septiembre alcemos la vista hacia la luna que lentamente se tiñe de rojo, podremos elegir verla simplemente como la sombra de la Tierra que se interpone entre dos cuerpos celestes. O podemos imaginar, por un momento, el escalofrío de miedo y maravilla que nuestros antepasados sentían frente al mismo espectáculo, y sentirnos parte de una historia que ha atravesado milenios, uniendo a madres e hijos bajo el mismo cielo estrellado.



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